Metidos de lleno ya en la cuaresma os dejo una metáfora que leí hace poco y me gustó muchísimo. La cuenta el Padre Pablo Domínguez Prieto durante unos Ejercicios espirituales dirigidos a las monjas cistercienses de Tulebras (Navarra).
Juan Pablo I, en los poquitos días durante los que fue papa, tuvo una catequesis con los niños y les estuvo explicando lo que era el cielo y lo que era el infierno. Y les contaba que el infierno era como una mesa espectacular, llena de suculentos manjares. Unos platos muy apetitosos; y unos colocados frente a otros. Sólo había una pega: en el infierno, los cubiertos son tan grandes que, por más que se intentan meter en el propio plato, no se puede. Y todo el mundo se desespera: eso es el infierno. Y el cielo es la misma mesa, los mismos platos, las mismas distancias… Sólo hay una diferencia: cada uno coge del plato del de enfrente y le da de comer al de enfrente; y el otro coge tu plato y te da de comer. El cielo es el reino de la entrega y del amor; y el infierno es el reino del egoísmo. En el infierno, todo el mundo mira por sí mismo; y en el cielo, todo el mundo mira por los demás. Esta es la diferencia entre el cielo y el infierno. Por eso, podemos pasar del cielo al infierno en un instante. No hace falta cambiar ni los platos, ni los cubiertos, ni las personas… ¡nada! Solamente, lo que hago con las cosas. ¿Me dedico a entregarme o me dedico a buscarme?
Esta pequeña metáfora sobre el cielo y el infierno me ha dado qué pensar; ¿cuánto hago yo por pasar de mi infierno al cielo? ¿dejo alguna vez de buscar sólo mi propio interés? Doy gracias a Dios por ser madre, la entrega incondicional que, en ocasiones, conlleva la maternidad es lo que más me hace gustar el cielo aquí en la tierra.
Bélgica
Claudia, sigo todas tus entradas y todas ellas me parecen muy interesantes, pero esta última reflexión me ha gustado mucho, mucho :)
ResponderEliminarUn súper abrazo!
Gracias Lau! Cuando quieras intercambiamos libros ;)
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